Bryan Singer se queda en el academicismo con una película más preocupada por el lucimiento que por los dramas internos del protagonista.
Por Ismael Moreno en Areajugones.- Una vez más el rodillo de Hollywood pasa por encima de todo y de todos para dejar tras su paso un producto superficial, plano, y sin más trascendencia que la que suscita el nombre del protagonista.
Con el auge de los biopic en boca de todos, era solo cuestión de tiempo que Freddie Mercury se hiciera un hueco entre tanto nombre para poner su espectacular legado a la altura que se merece, sin embargo, para 20th Century Fox alzar el vuelo no ha sido nada sencillo.
“Bohemian Rhapsody” estuvo guardado en un cajón durante años, y cuando por fin comenzó a materializarse, el polémico Bryan Singer dejó la producción a medio hacer forzando la entrada de Dexter Fletcher. Este traspiés junto al conformismo del estudio, dejan un sabor muy agridulce sobre un producto con más sombras que luces.
Encontrar el equilibrio entre el documental y la película siempre suele dar más de un quebradero de cabeza en este género, y o bien se termina cayendo en soluciones fáciles, o bien se opta por productos que no convencen ni a los homenajeados ni a sus fans.
En el caso de “Bohemian Rhapsody” nos topamos con el primer caso, con un ejercicio de archivista que se limita a repasar la Wikipedia del grupo sin terminar de fraguar una película en sí misma. Rami Malek vuela con fuerza gracias a una interpretación sobresaliente, pero se topa con un techo de cristal. Un cerco puesto por unos directivos más preocupados por los números que por dejar huella con una historia con potencial suficiente como para dejar huella.
El guión no busca transgredir en ningún momento, se apega a lo que sucedió fraccionando y seccionando a placer los momentos de la vida de Mercury. Singer toma como punto de partida el año 1970, cuando el por entonces joven trabajador del aeropuerto de Heathrow se encuentra con la posibilidad de su vida: sustituir al cantante de Smile para comenzar el ascenso hacia los cielos.
Si bien los primeros compases de la cinta se cocinan a fuego lento, mostrando las inseguridades de la estrella y exponiendo su complicada situación familiar con un padre anclado en las tradiciones paquistaníes, en cuanto aparece la música, todo atisbo de profundidad se esfuma. El director se toma al pie de la letra la fama del cantante, y se olvida de desarrollarlo para revolcarse solo en los acordes de las canciones.
Rami Malek lucha, se mueve, regala una de las mejores interpretaciones que se han visto en el género, pero choca una y otra vez contra un escenario en el que solo tiene espacio la música. La intensa interpretación corporal del actor queda diluida ante un guión empeñado en aprovecharse de la popularidad de los temas.
Y la situación es incluso peor para Brian May (Gwilym Lee), John Deacon (Joseph Mazzello), y Roger Taylor (Ben Hardy), quienes son retratados como meros muebles sin trasfondo que solo revolotean alrededor de Mercury buscando su lugar entre tanto foco y tanta pomposidad.
Singer parece perder tono durante el primer tercio de la cinta, e incluso deja respirar un poco la trama dando espacio para que la relación entre Mercury y Mary Austin (Lucy Boynton) se desarrolle. Pero al igual que el cantante, el director se emborracha de fama y deja que la historia se precipite por el vacío cuando las discografías entran en juego.
Saltos temporales, secuencias de varios minutos con música de fondo, y reiteración sobre las mismas situaciones e ideas. El biopic se convierte en un carrusel de sucesos que rompe por completo la inmersión y te deja en el asiento viendo pasar un suceso tras otro sin ningún propósito ni mensaje.
Entiendo que la película debía repasar todos los momentos importantes del grupo, pero lo que no tiene justificación es el hecho de descartar todo lo demás por querer fraguar una historia correcta y sin riesgos. Y es que si bien el invento funciona durante casi una hora, cuando el grupo se reúne en repetidas ocasiones rodeados por los mismos diálogos de bar, la diversión deja paso al tedio.
Singer se va despegando de todo y deja como único sustento de su armatoste la música. Pero ¿quién escucha a un mismo grupo durante dos horas sin cansarse?
La película parece consciente de su condición, y opta por dejar de lado el guion para lucirse en lo técnico. Si la vida de Mercury no funciona, y sus dilemas son dibujados con plastilina, la única solución pasaba por el lucimiento visual.
Aunque a estas alturas ya hemos visto otras cintas haciendo un gran trabajo con la caracterización de sus protagonistas, “Bohemian Rhapsody” no se queda en la llamativa dentadura de Freddie. Las más de dos horas están repletas de actuaciones absolutamente espectaculares, con unas coreografías que desbordan la pantalla y que harán las delicias de todos los fans.
Maleck parece moverse como si le hubiera poseído el alma del cantante, mientras que los movimientos de cámara y los efectos especiales hacen el resto. Espectáculo que llega a su clímax durante los 20 minutos finales, cuando la cinta toca techo con la actuación completa que dio el grupo durante el Live Aid en 1985.
Al final nos bajamos del escenario con un sabor agridulce en la boca. Pese a narrar una historia llena de grandes momentos, la película no consigue nunca traspasar la línea de lo académico.
De entre todos los biopics que han pasado por la gran pantalla en los últimos años, este, el del uno de los grupos más importantes de la historia reciente, es sin duda el menos brillante. Ni el coqueteo con las drogas, ni su lucha contra el sida, ni su importancia como modelo en la estigmatizada comunidad gay de la época, nada.
La película no explora nada, solo chapotea por la superficie del irreverente Freddie Mercury, esperando que seas alguien forofo de Queen que acude a la sala como quien va a un concierto. Oh mama mia, mama mia, mama mia let me go.