Freddie Mercury murió de una bronconeumonía complicada por el SIDA en 1991. Al hondo pesar y el shock global que provocó su muerte se sumó una corriente de opinión conservadora y el morbo de la prensa amarilla, que golpearon sin piedad el honor y la memoria del cantante por su “depravado estilo de vida gay y promiscuo”.
Freddie Mercury, tras un complejo proceso interior y de evolución personal que llegó a inspirar incluso la mejor canción de la historia, Bohemian Rhapsody —así al menos lo sugieren las últimas teorías al respecto—, se declaró abiertamente bisexual a finales de los 70. Reacio a hablar de su vida privada, el cantante originario de Zanzíbar hizo entonces del amor y de la búsqueda del mismo el mantra de su música y de su propia existencia.
Es sabido que tras su salida del armario y el fin de su relación con la mujer de su vida, Mary Austin (a la que legó la mayor parte de su fortuna), el cantante se desató y liberó a un ser de increíble voracidad sexual, con notable tendencia a la promiscuidad (especialmente a partir de los 80 con su azarosa vida nocturna); organizador de grandilocuentes, ostentosas y extravagantes fiestas (“salvajes” según algunos); y consumidor habitual de cocaína (tal y como reconocía no hace mucho su asistente personal, Peter Freestone).
Por todo ello, la leyenda negra del cantante estaba servida, especialmente entre los medios más amarillistas de Reino Unido… No pocos rumores y leyendas turbias se le atribuyen a Mercury desde entonces, algunas bastante irreproducibles y de poco fundamento…
No obstante lo dicho, hasta aquí ciertamente todo “normal”, ya que —admitámoslo y no seamos pardillos—, el eslogan de “sexo, drogas y rock & roll” nunca fue una frase hecha, vacía de contenido. Podemos ser más o menos conservadores en nuestros planteamientos, en nuestra forma de vivir y actuar y, sobre todo, en la forma de gestionar nuestra moralidad. Sin embargo, lo cierto es que esto va de música, la de Queen; y del talento y la voz prodigiosa de un cantante, Freddie Mercury, que para muchos no tiene parangón.
Todo lo demás poco le importa al buen fan de la banda y de su solista, ya que se trata de cuestiones de ámbito privado, en las que poco o ningún daño se hacía a nadie —recordemos que hablamos de personas libres y adultas en el contexto de los años 70 y 80 en un país tan abierto y avanzado socialmente como el Reino Unido—.
Pese a lo dicho, la muerte de Freddie Mercury en 1991 a causa del SIDA propició un verdadero ajuste de cuentas entre los medios más sensacionalistas y conservadores del país, que parecían no haber tolerado nunca la libertad del cantante y su estilo de vida, al que llegaron a tildar de “depravado” o “degenerado”.
Parecía que había que castigar a Freddie —cuando ya no se podía defender—, por su promiscuidad, su forma de entender la vida y el amor (y, de forma subliminal, pero evidente, por su homosexualidad). Duros ataques de periodistas conservadores, anticuados, marginales, carcas o simplemente amarillistas, que perdieron la oportunidad de no teclear en sus redacciones, o de callarse en televisiones y radios, para no evidenciar que eran absolutamente imbéciles…
Los buenos de May, Taylor y Deacon tuvieron que salir a defender entonces la memoria y el honor de su amigo, haciendo fuerzas tras la fatal pérdida y el futuro incierto de sus carreras. Y algo debieron hacer bien, en tanto en cuanto hoy en día, cuando se habla de Freddie Mercury, se hace básicamente desde la admiración. La que merece la mejor voz del rock de todos los tiempos, un músico con todas las letras y un ser extraordinario que supo extender su recuerdo y su música más allá de la muerte. Larga vida a la reina.
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