Freddie Mercury y Mary Austin fueron, sin duda, una pareja inseparable. Su atracción fue inmediata, mutua y duraría toda una vida.
En muchos sentidos, Freddie Mercury y Mary Austin tenían muchas cosas en común. Ambos se habían sentido rechazados por sus padres, y habían reaccionado con una necesidad de reafirmar su independencia. Tenían una personalidad del tipo “punta de iceberg”, y eran propensos a revelar pocas cosas de su verdadero ser.
Ambos podían dar la impresión de ser superficiales, displicentes y frívolos, con tendencias materialistas y un estilo de tipo “vivir el momento”, sobre todo cuando eran más jóvenes. Pero en su mayor parte, todo aquello no era más que una imagen y un intento deliberado de disimular su timidez innata. Ambos eran enormemente sensibles, naturalmente reservados y más profundos de lo que parecían.
El hecho de que se reconocieran el uno en el otro se convirtió en el fundamento de un vínculo fascinante y duradero. A medida que fueron madurando, los aspectos más conflictivos y contradictorios de sus personalidades empezaron a soldarlos entre sí.
Puede que Mary Austin diera la impresión de ser un alma inocente, incapaz de hacerle daño a una mosca. Pero su imagen de fragilidad ocultaba una fuerza y una serenidad interiores que Freddie admiraba profundamente. Tal vez porque temía que el “gran farsante” que había dentro de él no poseyera realmente esas cualidades.
Con los años, Mary Austin se convirtió en un bastón para Freddie. Él dependía de que ella fuese fuerte para él. Siempre que Freddie sentía que su forma de vida a base de sexo, drogas y rock and roll estaba fuera de control, o cuando era incapaz de soportar las presiones de las grabaciones y las giras, era a Mary a quien recurría.
Sólida y fiable, Mary Austin lo perdonaba todo, lo aceptaba todo, era la figura maternal a la que Freddie Mercury siempre se aferraba.