Por su memorable interpretación, por ser una estrella y porque meterse en un papel más grande que la vida es ya una proeza en sí misma.
Juan Sanguino en Vanity Fair.- La carrera de premios de este año es la más abierta desde que existe internet. A 6 de enero no hay ninguna categoría con ganador claro a diferencia del pleno en las quinielas, por ejemplo, de hace cinco años cuando el 1 de septiembre ya estaban claras las victorias de 12 años de esclavitud, Alfonso Cuarón, Matthew McConaughey, Cate Blanchett, Jared Leto y Lupita Nyong’o.
Ante este panorama, Rami Malek podría llegar como favorito en mejor actor si consigue imponerse a Bradley Cooperesta noche en los Globos de Oro y el 28 de enero en el sindicato de actores. En contra tiene la estadística de que los actores protagonistas casi nunca ganan en su primera nominación. A su favor, que esa estadística se ha roto en 6 ocasiones en el siglo XXI.
De conseguir la nominación a mejor película (una hazaña cada vez más probable), Bohemian Rhapsody sería una de las películas con peores críticas en lograrlo, pero también la séptima nominada más taquillera de la historia (por detrás de Avatar, Titanic, la trilogía de El señor de los anillos y Origen). En un año en el que la Academia ha tanteado la posibilidad de un Oscar para la mejor película popular (que finalmente ha postergado a futuras ediciones) para así atraer el interés de más espectadores, nominar taquillazos como Black Panther y Bohemian Rhapsody funcionaría como un cebo perfecto.
Por eso de momento ambas están marcándose una carrera implacable al estar presentes en los Globos de Oro, el sindicato de productores y el de actores. El biopic de Queen ha sido un hazmerreír para la crítica pero la película del año para el público. En lo que ambos bandos se ponen de acuerdo es en Rami Malek.
Hay tres factores clave para ganar un Globo de Oro primero y un Oscar después: hacer una interpretación memorable, ser una estrella y tener un relato. Lo primero depende del actor, lo segundo del público y lo tercero de los medios de comunicación.
Malek tiene los tres a su favor, mientras que su rival directo Bradley Cooper los tenía en octubre pero con el paso de las semanas la narrativa de “secundario gracioso reconvertido en galán reconvertido en cineasta clasicista americano” ha sido reemplazada por “la única persona persona entre 100 que creyó en Lady Gaga”.
Como ocurre en Ha nacido una estrella, ella ha acabado eclipsándole a él después de que él apostase por ella. Sin embargo, Bohemian Rhapsody no ha perdido vigencia desde su estreno: en una cartelera en la que las películas se estrenan el viernes y se olvidan el lunes, es actualmente la única película del top 20 mundialque lleva más de dos meses en los cines.
El relato
La película llevaba dando tumbos desde 2010. Sacha Baron Cohen estuvo a punto de protagonizarla, pero sus diferencias creativas con el guitarrista de Queen y productor de Bohemian Rhapsody Brian May (que insistía en enaltecer el legado de la banda huyendo de los episodios más sórdidos de la vida de Mercury) le apartaron del proyecto. Ben Whishaw estuvo en conversaciones, pero finalmente Rami Malek fue elegido. Ahí empieza su relato heroico: aceptar un papel más grande que la vida es ya una proeza en sí misma.
Malek ha sobrevivido al despido del director Bryan Singer (con quien se llevó fatal durante el rodaje) cuando este dejó de ir al rodaje en medio de una denuncia por acoso sexual que él niega. Ha sobrevivido al vídeo viral en el que le preguntan si considera que Freddie Mercury es un icono LGTB y él, tras dudar aterrorizado durante unos segundos (¿acaso su publicista no le había preparado para esta pregunta tan inevitable?), responde que bueno, que Mercury era un icono en general y que no hay que reducirle a una etiqueta.
Y ha sobrevivido al esperpento en el que podía haber caído la película y su interpretación, tan cercanas al kitsch, al placer culpable y la parodia involuntaria: hasta él mismo respira aliviado cuando reconoce que “esta película podría haber sido un trozo de mierda monumental, ¿eh?”. En ese caso, Malek habría pasado a la posteridad como el tipo que hizo el ridículo en aquella película de Queen.
Pero lo más importante es que ha sobrevivido a las críticas, que desprecian la película como un drama blando bienintencionado que blanquea la vida de Mercury, que parece la adaptación de su página de Wikipedia, que no intenta retratar la sociedad, la cultura o la sensibilidad de la época, que cae en todos los tópicos del biopic, que es demasiado limpia, superficial y obvia y que no se detiene a contar realmente nada sino que está compuesta por una sucesión de anécdotas. Que Bohemian Rhapsody no trata de explicar, analizar o entender a Queen, sino que se limita a exponer a Queen. Que es una experiencia reciclada, un parque temático, una santificación.
Pero:
“Cuando Malek se queda solo, especialmente en los momentos que reflejan el deleitoso asombro de Freddie ante sus propios poderes creativos, el actor es fascinante” (Salon). “Malek ofrece más que una imitación habilidosa, ofrece una interpretación imaginativa. El núcleo de su personificación es la recreación intensa, reflexiva e introspectiva que hace del dolor, la alienación y la soledad de Mercury incluso en lo más alto de su fama” (New Yorker).
Que hace solo dos días el siempre reservado Rami Malek haya reconocido en público que mantiene una relación con Lucy Boyton, la actriz que interpreta a la novia de Mercury Mary Austin, deja claro que está en esta carrera para ganarla. Uno de los relatos favoritos de Hollywood es el de coronar con un puñado de premios el momento más feliz de la vida de un actor (y por eso varios llegan incluso a casarse en plena temporada de premios a pesar de su apretada agenda: Eddie Redmayne, Anne Hathway, Gary Oldman, Natalie Portman), de modo que esta declaración de amor pública solo beneficia las opciones de Malek.
La estrella
Tras interpretar a un faraón en la trilogía Noche en el museo y a media docena de terroristas (el más emblemático, en 24), Rami Malek parecía condenado a una carrera de estereotipos árabes (es hijo de egipcios) cuando consiguió el papel protagonista en Mr Robot, un personaje sin raza específica en el guion. Su Emmy, el primero para un actor no caucásico en casi dos décadas, confirmó la serie como uno de los mayores fenómenos televisivos de la década. Su relevancia se parece a la de El club de la lucha no solo en su espíritu antisistema sino en su estatus de obra que los hombres siguen empeñándose en recomendar reivindicándola como si fuera de nicho a pesar de ser masivamente popular. Con el estreno de Bohemian Rhapsody, Malek se ha recorrido el mundo entero como si de un blockbuster se tratase y ha protagonizado la portada del primer número de GQ Oriente Próximo. Malek no será una estrella de las que atrae hordas de espectadores al cine porque sencillamente ese tipo de estrellas ya no existen, han sido reemplazadas por las que marcan un antes y un después en la cultura popular. Y en ese sentido, Rami Malek es un hito.
La interpretación
El carácter expositivo de Bohemian Rhapsody plantea un reto para su actor: la película no le permite construir su propia idealización de Mercury (como sí tuvo espacio para hacer, por ejemplo, Michelle Williams en Mi semana con Marilyn), sino que le obliga a recrear al Freddie Mercury que todo el mundo conoce y espera. Buena suerte, Rami.
El actor estudió horas y horas de actuaciones, entrevistas y vídeos personales de Mercury. Analizó la presencia escénica de los ídolos del cantante (Liza Minelli y Jimi Hendrix). Ensayó hasta desmayarse en varias ocasiones. Y una vez interiorizado el lenguaje corporal de Mercury, se aseguró de interpretarle en todo momento como Farrokh Bulsara (su nombre de nacimiento), un inmigrante en constante lucha por encontrar su identidad, insultado en el colegio y arrinconado por la sociedad. “Por eso había algo siempre ardiendo dentro de él” explica Malek, “algo volátil a punto de entrar en erupción que él exponía sobre el escenario ante miles de personas con las que se podía identificar. Freddie resumía el éxito de Queen en que eran un grupo de inadaptados en un mundo de marginados”.
Se ha cuestionado si el efecto de la película acaso se debe exclusivamente a la euforia que despiertan los himnos de Queen. Pero es una conjetura injusta: si Malek fallase lo más mínimo en su recreación de Freddie Mercury no habría temazo que salvase Bohemian Rhapsody de ser un karaoke grotesco. En la primera escena de la película, el espectador solo ve dientes. En la segunda, a Rami Malek con dientes. Pero en la tercera todo el mundo asimila que es Freddie Mercury y esa traca final (la reproducción de los 14 minutos completos del concierto en el Live Aid de 1985 con los que la película decide terminar deliberadamente por todo lo alto en vez de mostrar la decadencia) solo funcionan gracias a que el público ha entrado de lleno y encantado en la fantasía que propone Bohemian Rhapsody. Un espejismo que solo se sostiene gracias al trabajo de Rami Malek. Ese Mercury es virtual, pero las emociones que despierta son auténticas.
Porque en una película empeñada en parecer una película, Malek consigue crear a un hombre que, para más complicación, existió en vida como una criatura teatral y hoy existe en el recuerdo como un ser mitológico. Claro que no alcanza la envergadura carnal que tenía Mercury (que sería muy extravagante, pero también era un toro), pero sí hay algo en lo que le iguala: la magnitud. Porque del mismo modo que Queen no sería Queen sin Freddie Mercury, Bohemian Rhapsody no sería el fenómeno que es sin Rami Malek. Que el único argumento en contra de que gane el Globo de Oro y el Oscar sea que “su éxito se debe solo a Freddie Mercury” es, en realidad, un triunfo para Rami Malek.